Mallas atrapa Nubes en Perú

Andrés Quispe Avalos tiene 17 años y estudia en la Facultad de Ingeniería Civil de la Universidad de San Juan de Lurigancho, un municipio a las afueras de Lima (Perú). Este año, para aprobar un examen, tuvo que analizar un proyecto innovador capaz de mejorar la calidad de vida de las personas. Así que durante semanas, Andrés subió la cima del cerro de Villa María del Triunfo, donde se encuentra la pequeña casa en la que vive con su familia, para estudiar el funcionamiento de los atrapanieblas, las grandes mallas de nailon que permiten a su comunidad recoger la niebla y convertirla en agua para ducharse, irrigar los campos y lavar la ropa.
“Solía ir todos los días, incluso por la noche. Calculé cómo soplaba el viento, la capacidad de recogida de los tanques por hora, y evalué las condiciones climáticas necesarias para un óptimo funcionamiento. Al final llevé una muestra de líquido al laboratorio y demostré que, gracias a un sistema de depuración natural, el agua que acumulamos podría incluso ser bebida”.

Andrés no es solo un estudiante brillante, sino que también es uno de los millones de peruanos que cada día afrontan el problema de la escasez de agua potable que afecta a su país y, en particular, a la capital.
Lima es, de hecho, la ciudad más grande en el mundo, después de El Cairo, construida encima de un desierto, y tiene una población de 9 millones de personas, de las cuales cerca de 2 millones viven en zonas urbanas precarias, edificadas en terrenos áridos y deslizables que a menudo no permiten la instalación de redes de servicios ni la construcción de infraestructura pública. Están privados de un sistema de alcantarillado eficiente, expuestos al riesgo de contraer enfermedades y obligados a pagar por el “oro azul” un precio dramáticamente más alto que el fijado por las empresas que operan en el resto de la ciudad.
“En Miraflores, uno de los barrios más caros de Lima, se pagan 2,65 soles por metro cúbico (menos de un dólar), mientras que los que viven en una choza en la montaña pueden llegar a gastar hasta 30 soles (9,5 dólares)”, declara Abel Cruz Gutiérrez, fundador de la Asociación Peruanos sin Agua.
Abel es un hombre de 53 años que libera energía y genio. Oriundo de la región de Cuzco, al igual que la mayoría de los migrantes rurales, hace treinta años llegó a la capital y se fue a vivir a la montaña, donde en la temporada de invierno los caminos de tierra no permiten a los camiones cisterna subir para proporcionar a las familias el agua necesaria para su supervivencia y, de paso, la niebla se levanta solo durante unas horas al día.
Sacar provecho de la adversidad
Lima es una anomalía climática, con sus bajas temperaturas y una humedad que puede alcanzar el 98 por ciento, a pesar de estar a pocos metros sobre el nivel del mar y justo por debajo de la línea ecuatorial. Sin embargo, Peruanos sin Agua ha decidido sacar beneficio de esta condición: “En el 2005, con dos estudiantes alemanes, recuperamos y perfeccionamos un viejo proyecto de la Universidad de San Marcos de Lima y empezamos a implantar los atrapanieblas”.
Paolo, el hijo mayor de Abel y su brazo derecho, estudiante de Economía y Negocios Internacionales, se encarga de instalar este invento en diferentes regiones del país. “Los atrapanieblas son mallas de nailon grandes, de al menos 24 metros cuadrados, sostenidas por dos postes que, gracias a unos conductos, recogen las gotas de neblina condensadas en los tanques y, a través de un sistema de tuberías, distribuyen el agua directamente a los hogares de las familias. Cada vez que una comunidad nos pide ayuda y quiere montar su propio atrapanieblas, nosotros lo que hacemos es una encuesta, para evaluar si existen posibilidades reales para instalarlo. Porque para que puedan funcionar en un área determinada es esencial evaluar la humedad, la altitud y la dirección del viento, especialmente por la noche”, explica.
El costo de un atrapanieblas varía de 2.500 a 3.500 soles (de 820 a 1.160 dólares), dependiendo del tamaño y la calidad de los materiales utilizados, y es financiado por la comunidad que atiende la ONG y por numerosas empresas privadas, como General Electric y Coca-Cola, que patrocinan a la asociación. En el momento hay 180 atrapanieblas activos en Perú, la mayoría en la capital; pero, en pequeñas cantidades, los hay también en otras ciudades del país, como Arequipa y Tacna.
Los atrapanieblas no son algo exclusivo de Perú, se usan en muchas otras regiones desérticas con presencia de niebla, como el desierto del Néguev, en Israel, o el desierto de Atacama, en Chile, además de Ecuador, Guatemala, Nepal, algunos países de África y la isla de Tenerife. Su verdadero inventor fue el físico chileno Carlos Espinosa Arancibia, pero tal vez nadie demuestra el entusiasmo de Abel a la hora de hablar de ellos. “Tenemos la intención de activar en el año por lo menos otros 250”, explica, y luego añade que durante los días de la COP20, la conferencia sobre el cambio climático de Naciones Unidas que se celebró en diciembre pasado en Lima, recibió muchas muestras de interés y visitas de instituciones y empresas internacionales: “Quisiéramos más apoyo e interés de nuestro gobierno –confiesa–, pero pronto nos reu-niremos con el comandante general de la Marina de Guerra del Perú, porque hay una probabilidad de instalar atrapanieblas hasta en la isla San Lorenzo, donde tiene su base”.
Perú no es el único país que utiliza los atrapanieblas; también se usan en muchas otras regiones desérticas con presencia de niebla, como el desierto del Néguev, en Israel.

‘Una nube es una promesa’
Villa María del Triunfo, donde viven Andrés y su familia, es el barrio marginal más grande e impresionante de Lima. Un rompecabezas de casas coloridas, dispersas y polvorientas, donde desde abril hasta diciembre más de 500.000 personas están envueltas por la neblina y donde la ropa puesta a secar espera en silencio la llegada del verano. Pero ahí es donde Abel comenzó su aventura, y en tan solo 10 años se han instalado 120 atrapanieblas, que responden a las necesidades de 600 familias. “Cada uno de ellos logra captar agua desde 200 hasta 350 litros diarios y puede llenar un tanque de 1.100 litros en tres días –explica orgulloso–, lo que genera un ahorro que puede llegar a un 80 por ciento, porque la gente tiene que comprar solo agua para beber, para todo lo demás hay la niebla”.
Andrés calcula que el año pasado su familia ahorró 184 soles (unos 16 dólares). Una cifra que puede parecer mínima, pero que para ellos hace una diferencia. María Teresa, su madre, es una señora de cara redonda y dulce que se ofrece para preparar cacerolas llenas de pollo y arroz cuando Abel organiza algún evento con las empresas privadas que lo apoyan. Hace unos meses, por ejemplo, los empleados de una multinacional subieron al cerro para ayudar a los habitantes a construir diez nuevos atrapanieblas. Una tarea difícil para aquellos que no están acostumbrados al trabajo físico, pero un necesario gesto de solidaridad.
María Teresa vive en Villa María del Triunfo desde hace treinta años: “Yo soy originaria de Ayacucho, y cuando llegué a Lima solo tenía 10 años, no hablaba ni bien español, solo quechua –recuerda–; éramos cinco hermanos huérfanos de madre y teníamos que trabajar”. Hoy, María Teresa ha montado en su casa una tiendecita y, gracias a los esfuerzos realizados con su esposo, Oswaldo, quien trabaja como panadero, ha logrado mandar a la escuela a sus hijos, Andrés y Arianna, y por la tarde ayuda su mamá a cuidar del pequeño huerto que crece por encima del mar de algodón. “Cultivamos calabazas, maíz, patatas... pero en verano todo se vuelve seco, así que aprendimos a no desperdiciar el agua que recogemos durante el invierno”. “Las personas que vienen a ayudarnos –agrega– nos preguntan cómo podemos quedarnos aquí arriba, por qué no nos vamos, pero no tenemos otra opción, los precios en la ciudad son demasiado caros para nosotros”.
En la cima de Villa María del Triunfo, los atrapanieblas tienen forma de letras y recitan ‘una nube es una promesa’, para indicar que las nubes realmente representan para algunos la posibilidad de un sueño. Como les ha ocurrido a Candelaria y Gregorio, una pareja de ancianos que, desde que en su pequeña parcela de tierra empezaron a cultivar plantas de sábila para venderlas en el mercado, han logrado vivir con dignidad. “Parece que sirven para hacer productos de belleza”, dice sonriente Candelaria, mientras Gregorio descansa y la mira, tal vez pensando que, con o sin crema, nunca la ha visto tan feliz.
Cada limeño consume 250 litros de agua al día
De acuerdo con las cifras de la Fundación Peruanos Sin Agua, la demanda anual en Lima y El Callao es de 700 millones de m³ de agua, pero el ‘stock’ actual no supera los 330 millones de m³, y ello sin contar con que las pérdidas son del orden de 40 por ciento por agua no facturada. Se calcula que el déficit de cobertura supera el millón y medio de habitantes, focalizados en zonas periurbanas. Un limeño consume 250 litros de agua cada día. Este gasto, en una urbe donde no llueve, está muy por encima de ciudades como Santiago de Chile, Bogotá y París. En la capital colombiana, el consumo por habitante es de 76,32 litros por día.
Compartir en Google Plus

0 comentarios:

Publicar un comentario