Una bicicleta para olvidar a los criminales de los buses, de las motos, de los taxis y las 4x4, aunque tengas, también, que eludirlos y arriesgar la vida cuando vas a su lado. Una bicicleta para entender que el camino debe ser el fin, y que el fin, a veces, debe ser cambiar el destino. Ir hacia la izquierda cuando tenías presupuestado tomar hacia la derecha, y seguir hacia donde la vida te lleve, simplemente por vivir, por dejar que las coincidencias y el azar decidan por ti, por coleccionar un momento y miles de momentos, como escribía Heinrich Böll.

Una bicicleta para reírse de esos encorbatados, para actuar como Gino Bartali, un viejo enemigo de Fausto Coppi en las carreteras de la Europa de los 40 y 50, y quien durante la guerra entrenaba día y noche por la Toscana para, decía, ganar algún día el Tour de France, pero que en realidad llevaba bajo su sillín documentos y pasaportes y dinero para salvar a los judíos de los campos de concentración y de las vejaciones del fascismo.
Una bicicleta para engañar a los guardias, para echarles el agua empozada de la lluvia, para burlar su autoridad, ejercida con temor a la muerte, con temor a la tortura, con temor a la desaparición. Una bicicleta para desafiar a los herederos de las imposiciones, a los que imponen y oprimen.
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